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¿Por dónde íbamos?
El mal español
http://www.elmundo.es/universidad/2004/11/17/campus/1100714272.html

LUISA CASTRO

Se suele decir que el español es una lengua riquísima, y a mí esto me parece una bobada. En realidad, esta frase es un ejemplo de frase pobre, vacía de significado. Todas las lenguas, desde la más frondosa a la más exangue, (del inglés al tagalo) son en sí instrumentos deficitarios, pobrísimos, que muy pocas veces nos sirven para lo que queremos, que es expresarnos. Hablar cuesta mucho, y escribir ya no digamos. Todos tenemos a diario, cada vez que intentamos hablar, la experiencia previa de la frustración, esa seguridad íntima de que lo que vamos a decir no es fácil de decir, de que no será comprendido, y de que las palabras no nos servirán para expresarnos verdaderamente.

A pesar del bagaje cultural acumulado, cada vez que hablamos pareciera que partimos de una tábula rasa, como si nosotros fuéramos los primeros hablantes del mundo. La experiencia de hablar es siempre un tirarse a la piscina sin saber si hay agua allí abajo. Hablar es arriesgarse. Hablar siempre da miedo, porque hablar es crear. Romper a hablar y decir algo con sentido es una gesta que hoy sólo los hablantes más inconscientes y menos competentes llevan a cabo.

En realidad, el acto del habla es un acto de creación, se parte siempre de la nada, de la mente en blanco, y uno se dirige a ciegas hacia aquello que quisiera decir y que sólo existe hasta que se dice, pero cuando ya lo hemos dicho no lo podemos rectificar y lo más probable es que eso recién dicho tenga poco que ver con lo que en un principio queríamos decir. Ese refrán tan manido, del dicho al hecho hay mucho trecho, se podría también aplicar al lenguaje. Del pensamiento a la palabra hay un viaje alucinante que no sabemos nunca dónde nos va a llevar. De lo que pensamos decir a lo que acabamos diciendo hay un viaje tan corto como sinuoso, un recorrido tan intrincado y con tan poco margen (caminitos llenos de silvas para pincharse y perderse) que lo más fácil es llegar al final habiéndose dejado lo más importante en el camino.

Sólo los políticos y los periodistas, esos que identifican mensaje con lenguaje, hablan claro, normalmente para no decir nada, porque en su peculiar idioma que venera la claridad, sólo la nada es prensible y vendible, lo otro, el lenguaje de la gente de la calle y el lenguaje de los escritores que se toman en serio su oficio, es siempre pura creación, creación instantánea y por tanto vacilación, duda, sondeo.

Materia del pensamiento. También el que escucha tiene que hacer un acto de creación. Cuando te lo dan todo masticado es cuando no entiendes nada. De lo único que aprendemos es de aquello que no acabamos de entender del todo, y esa es la única vía a través de la cual todos los idiomas se ensanchan, la vía de la creación individual, esa aspiración a comprender lo que nos dicen o a intentar hacernos comprender. Así que el español, de rico, nada. El español, como cualquier lengua, es pobre, pobrísimo. Al español, como a cualquier otro idioma hay que inventárselo cada vez que nos levantamos, cada vez que se habla.



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